martes, 7 de julio de 2009

Una emotiva carta de una mujer palestina de 80 años...

Tengo 80 años y nunca me ha gustado contar acerca de mi vida, tal vez porque desde pequeña me enseñaron la virtud de la discreción. Pero estoy decidida a contar mi historia, porque se parece mucho a la de la gente de mi tierra, esa gente ya no puede contar la suya.

Se preguntarán por qué a mi edad me pongo a escribir, pues bien ,no tengo nietos a quién besar, vivo en este asilo desde hace años y mi única compañía es mi soledad y mis recuerdos.

Pronto va a llegar la hora de que me reencuentre con los que tanto amé. Tengo la esperanza de que cuando la enfermera entre a mi habitación a cerrar mis ojos, encuentre este cuaderno y lo lea, o lo lea otro, no importa quién, pero lo que deseo es que alguien conozca ésta, mi historia:

Aún recuerdo ese día ¿qué mujer puede olvidar el día en que nació su hijo?. -!Por el amor de Dios, Yubrail!, !baja la velocidad!- le grité a mi marido con desesperación mientras me llevaba al hospital esa mañana de noviembre.

-!Caramba, mujer! , andas gritando por las contracciones y pretendes que vaya más despacio.
-Si frenas así una vez más, el niño nacerá saliendo disparado por el parabrisas.

Fue un parto duro, pero valió la pena; el bebé estaba sano, era hermoso, y lo más importante: era nuestro.Yubrail y yo decidimos llamarlo Fuad, luego de discusiones similares a las que tuvimos camino al hospital.

Vivíamos en una pequeña casa en Beit Yala, no teníamos grandes cosas (nadie puede tenerlas estando bajo el yugo judio),pero éramos felices. Todos los días agradecíamos a Allah el poder amarnos, eso no nos lo podían quitar ni los judíos, ni sus tanques.

En esos tiempos me sentía una mujer fuerte, me creía la más fuerte del mundo porque tenía a Yubrail y a Fuad conmigo. Pero cuando celebrábamos el cumpleaños número cinco de nuestro niño, todo cambio.
-Shadia, ¿qué le podemos regalar a Fuad?
-Le hace falta un par de zapatos.
-Entonces voy a ir a Jerusalén ahora mismo.
-Está bien- contesté, mientras preparaba la comida de ese día.

Mi marido no llegó a almorzar, angustiada llamé a cada uno de sus amigos para saber si lo había visto, pero nadie sabía nada.

Pensé que tal vez había tenido algún problema y traté de calmarme, pero las horas pasaban. A las ocho de la noche tocaron mi puerta, era un vecino, jamás olvidaré la expresión de su rostro cuando me dijo:

-Shadia, lo lamentamos terriblemente, pero hubo una manifestación palestina en Jerusalén, llegaron los soldados judíos a dispersar a los manifestantes, abrieron fuego contra todo el que tuvieran por delante, mataron a Yubrail - terminó de decir llorando-.

Yo lo miraba atónita, no podía ser cierto, no, él debía de haberse equivocado, simplemente murmuré con voz casi imperceptible: él no fue a ninguna manifestación, te has confundido...

Mientras terminaba de decir esta frase, los hombres del pueblo trajeron el cuerpo de Yubrail a mi casa, sólo entonces, sentí cómo una espada me era enterrada, no una, sino mil veces.

Sentía mis lágrimas correr como gotas de sangre que se confundía con la sangre de mi esposo. Tomé su mano entre las mías, esa misma mano que había sido mi consuelo y mi refugio, esa mano que cargaba a nuestro pequeño y que traía el pan a casa, esa mano estaba ahora fría, distante.

Le saqué el hata manchado de rojo del cuello y lo guardé como el tesoro más grande del mundo, sería el regalo de cumpleaños de mi niño algún cumpleaños, ese hata reflejaba la esencia de su padre, y tenía impreso el nombre de Palestina.

No pude evitar que Fuad viera a su padre así, sólo dio un grito y luego se aferró a mis rodillas con toda la fuerza que se lo permitían sus manitas. Nos quedamos así abrazados largo, largo rato.

A Fuad no sólo le quitaron a su padre, le quitaron toda la niñez, pasó a ser un adulto-niño, como la mayoría de los niños palestinos, que apenas abren los ojos al mundo, los abren al dolor, la humillación y la muerte, y esos mismos grandes ojos, luminosos, de largas pestañas, son cerrados muy rápidamente por los israelíes.

En el cumpleaños de Fuad, le entregué el hata de su padre, yo no lo había vuelto a sacar del cajón ni a mencionar desde aquél día, hacía ya diez años.

Mi hijo me miró y me dijo:

-¿Crees que algún día se calmará nuestro dolor?, ¿crees, mami, que Palestina será libre?.
-Te juro por mi vida que así será, tal vez yo no vea nuestra independencia, pero espero que tú y los tuyos la vean algún día. -le contesté-.

Mi hijo me abrazó, ya no las rodillas, esta vez apoyé la cabeza sobre su corazón.
A los judíos no les bastó con arruinar nuestras vidas, tenían que exterminarla, tenían que pisotear nuestras almas hasta quitarles la última gota de alegría (si es que había algo de ella); no les bastaba con demoler nuestras casas, ni con destruir nuestros campos (como lo siguen haciendo en este mismo instante, mientras yo, escribo).

Una mañana mataron a mi única razón de vivir, mataron a Fuad y mataron toda mi fuerza, toda mi esperanza en la raza humana junto con él.

Durante noches rogué a Allah que me llevara a mi también. Cada vez que veía a un soldado judío, le suplicaba que me diera un tiro, creo que no lo hicieron para que mi espíritu agonizara lentamente, por años pensé que me dejaron viva sólo para alimentarse de mi dolor, de mis heridas, sentía cómo me devoraban de a poco, en trocitos....

Llegué a América huyendo de los recuerdos, trabajé por años en la tienda de un compatriota que llegó años antes que yo, con el dinero que logré juntar es con el que estoy pagando este asilo, en donde mis días se consumen.

No puedo perdonar, ni siquiera lo he intentado, perdí la capacidad de amar, de llorar o de reír, al menos eso creo.

Veo las noticias casi todas las noches, con mis compañeros de cuarto y cuando escucho que: ".....los terroristas palestinos realizaron ......." me río internamente porque a qué llaman "terrorismo": ¿a luchar por lo que es nuestro?, ¿a exigir lo que es justo?, ¿no somos acaso seres humanos?, ¿acaso el mundo está ciego y no ve que nos están extinguiendo?.

Si ser terrorista es gritar al mundo que mi pueblo está muriendo.
Si ser terrorista es luchar porque mis niños tengan una niñez y un futuro.
Entonces, no me importa que me llamen terrorista, es más, me enorgullece.

Pero que quede claro, que no son los judíos los seres justos y racionales que deben soportar a los "terroristas salvajes de Palestina", sino, que son los Palestinos, los que debemos soportar con piedras y con sangre las brutalidades judías, las hipócritas y deletéreas acciones de los sionistas del mundo.

Como dije antes, yo no perdono, pero tampoco culpo a los niños judíos, víctimas inocentes del odio de sus padres, que les enseñan a sus hijos que los Palestinos somos los terroristas , que atentamos contra "su estado" (ficticio, demás está decir).

Cuando rezo y pido a Allah por Yubrail y Fuad, también pido por esos niños judíos, para que algún día ellos abran sus ojos a la verdad y se den cuenta de quiénes son los verdaderos asesinos.Yo por mi parte no tengo nada más que agregar, sólo que sobre mi lápida, no quiero que escriban mi nombre, aquí no hay nadie que me vaya a recordar, sólo quiero que escriban: "aquí yace una terrorista, y fue terrorista simplemente porque luchó por el derecho de su pueblo: Palestina".

Eso es todo.
GRACIAS


Nur Saleh Abu Janyar
28.01.2006 - 11:56h

1 comentario:

  1. ES MUY LAMENTABLE Y TRISTE SU HISTORIA DE VIDA SEÑORA: Nur Saleh Abu Janyar.
    A MI ,PARTICULARMENTE ME ROMPIO EL ALMA. LLORE MUCHO AL LEER SU CARTA, PORQUE DESCUBRI CÓMO SUFREN LOS PALESTINOS.

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